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En la artritis reumatoide, suele haber, en primer lugar una predisposición genética, con la molécula HLA de tipo II, como la protagonista, que debido a la conjunción de agentes ambientales, desarrolla una alteración en la inmunidad que desemboca en una inflamación crónica. Se usan fármacos antirreumáticos de acción lenta, a menudo combinados con un corticoide como la prednisona.
Los AINE, antiinflamatorios no esteroideos no detienen la evolución de la enfermedad en la mayoría de los casos. Cuando aparece una artritis reumatoide agresiva y progresiva, conviene controlar la inflación en lo posible dentro del primer año. Como tratamiento de mantenimiento se han usado los antimaláricos, pero es una enfermedad de muy larga evolución y se suelen emplear varios ciclos de diferentes tratamientos.
El peor pronóstico lo dan casos de mujeres jóvenes de comienzo subagudo, con afectación simétrica de miembros superiores, o cuando hay numerosas articulaciones afectadas y el factor reumatoide es positivo.
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