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HIGIENE FACIAL


            El cuidado idóneo de la piel sana es propio de nuestra época civilizada y condición previa para cualquier tratamiento posterior. El cotidiano agente limpiador de la piel es el agua, que elimina  suciedad, sudor y grasa, ablanda  y arrastra las laminillas córneas expulsadas. El agua ejerce sobre la piel sensaciones de frío y calor por las que influye en sus secreciones.
             Pero no todas las personas toleran de igual manera los lavados con agua, sobre todo si es dura, ya que debido a su contenido en compuestos de calcio y de magnesio, reseca la piel.
            La pregunta si es aconsejable el empleo de agua caliente o fría sólo puede ser contestada teniendo en cuenta el tipo de piel. Una piel delicada tolera mejor el agua caliente. Con masajes fríos después de un lavado caliente del rostro se consigue un efecto tonificante. Pero después  de cada contacto con el agua, debe secarse la piel cuidadosamente antes de exponerla al aire libre, para evitar que se reseque o se agriete.
            Especialmente con baños de vapor se obtiene una minuciosa limpieza del cutis. Los jabones se encuentran en segundo término entre todos los agentes para la limpieza de la piel. Son ya conocidos desde comienzos de la edad media y su modo de actuar es muy complicado. Se forman por la acción de álcalis (soja cáustica o lejía de potasa) sobre ácidos grasos saponificables. Según la sustancia grasa empleada se establecieron diferencias entre los jabones de sebo, aceite de oliva, aceite de coco, aceite de pescado, resinas, etc. Hoy se emplean para la fabricación de jabones grasas que no son adecuadas para fines alimenticios. Los de potasa (jabón verde o blando) encuentran poca aplicación en el cuidado de la piel. Los jabones de tocador se obtienen por la ebullición de grasas neutras con lejía sódica.
            Durante el lavado normal de la piel, por el contacto de jabones y agua con la capa lipoidea de aquella, se produce una emulsión debida a que las moléculas de jabón son absorbidas (es decir, almacenadas) por las partículas de grasa y suciedad de la piel. El agua  humedece estas bolitas finamente divididas y la espuma las desprende. El álcali libre resultante de la hidrólisis del jabón produce una elevada hinchazón de la piel. Durante estos procesos químico-físicos tienen lugar, además, descargas eléctricas entre los diversos iones, de modo que el proceso del lavado supone  una compleja reacción.
            La piel humana es influenciada muy diferentemente por los jabones. Algunos de ellos ejercen una acción muy irritante, mientras que otros son tolerados muy bien. Para proteger la piel contra la resecación y otros daños producidos por un exceso de álcali, se emplea a menudo, para fines cosméticos, un jabón sobreengrasado. Se entiende con ello una clase de jabón al que se la añade grasa en exceso; de esta manera son suaves y producen con el agua una espuma cremosa. Los jabones sobreengrasados son también tolerados en los casos en que otros jabones producen una irritación de la piel. Con ellos se evita un desengrasado excesivo de la piel, ya que no dejan apenas álcali.
            Existen productos neutros o ligeramente ácidos que pertenecen ya al grupo de los detergentes sintéticos, llamados también  “syndets” (Abreviación de las palabras inglesas “synthetic detergents”). Su acción limpiadora estriba principalmente en la disminución de la tensión  superficial, por lo que su absorción en    estructuras cutáneas superficiales es más elevada que la de los jabones. Poseen poder detergente y capacidad espumante, propiedades dispersantes, emulsivas y humectantes. Tienen además la facultad de desnaturalizar albúminas, con lo que desarrollan propiedades exterminadoras de bacterias.
            El efecto desengrasante depende de la concentración del agente limpiador, que puede llegar a eliminar hasta el 50 por ciento de la capa grasa cutánea, con lo que la piel se pone más áspera. Pero con el empleo de jabones y “syndets” no sólo se desengrasa la piel, sino que tiene lugar también una admisión de agua y otras transformaciones de la superficie cutánea, por lo que se puede conseguir obtener una piel lisa y suave. Para mantener la  función defensiva de la piel es importante que esta pueda neutralizar los álcalis, es decir, volverlos inofensivos. Con la edad y por enfermedad, la piel pierde esta facultas, por ejemplo en las dermatosis por desgaste: éstas aparecen por influencia del jabón, cal y también por el empleo de agua dura, en especial, caliente. La neutralización de álcalis por la piel se ve disminuida con ello, los factores que activan la hidratación son eliminados de la piel y ésta se reseca. La delicada piel de las personas con enfermedades cutáneas tolera bien los baños de espuma con “syndets” que no son especialmente fuertes, como se suele creer porque limpian incluso las bañeras. Esto se debe más bien a que no precipita a las sales de calcio, por lo que no se depositan en la bañera jabones de este catión.
            La limpieza del cutis puede también ser conseguida por medio de alcohol etílico, aceites y cremas grasas con poco agua. El alcohol empleado para fines cosméticos debe de ser de la mejor calidad. El más adecuado es el de 50-70 por ciento que ejerce acción desengrasante, desinfectante y refrescante y que absorbe agua. Cuando se emplean aceites y emulsiones con poco agua, la grasa cutánea es absorbida por estas cremas y se forma una emulsión agua en aceite. Hay preparados de esta composición A/O que se extienden directamente sobre la piel para su limpieza, pero hay que eliminarlos cuando han recogido las partículas de suciedad. Las emulsiones O/A en forma líquida se emplean principalmente para quitar el maquillaje.
            Finalmente existe también un método de limpieza, el llamado lavado de absorción, con productos sólidos como polvos, etc., con los que se eliminan las partículas de suciedad por medio de absorción. Se trata en este caso de los llamados limpiadores “bastos”, que son empleados después de ciertos procesos de trabajo.

            Por otra parte, la epidermis de las manos y del cuerpo debe someterse, por higiene, a cuidados repetidos: ello obliga al empleo de productos cada vez más elaborados. El clásico jabón se reemplaza a veces por los tensiactivos modernos en forma de pastillas de tocador o de productos espumosos para daño y ducha.
             El jabón, considerado como un elemento necesario para la eliminación de la suciedad, pues ocasionar  a veces enrojecimiento y desecación de la piel. En particular los sujetos de piel seca soportan mal su empleo, sobre todo en invierno.  Se ha atribuido este defecto a un exceso de alcalinidad, pero se observa también este fenómeno después del empleo de pastillas de tocador sin jabón, generalmente a base de tensiactivos  aniónicos de pH neutro o ácido.
            En realidad todos estos productos detergentes favorecen la eliminación de la capa lipídica natural, elaborada por las glándulas sebáceas, necesaria para una buena defensa cutánea.
            Este fenómeno es a menudo importante a nivel de las manos, como consecuencia de  lavados repetidos. Estos inconvenientes pueden combatirse mediante el empleo de productos cosméticos apropiados, capaces de                         Restaurar la película cutánea.
            Restablecer la hidratación normal de la capa córnea.
            Conferir a la epidermis un aspecto liso y flexible.
            No engrasar la piel.

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